Es mi intención mostrar cómo se vivía en aquellos tiempos de mediados del siglo XX, en los que había costumbres, trabajos y hábitos que ahora se desconocen. Hoy me referiré al de ir a lavar la ropa personal y domiciliaria a “la ría” como se denominaba en aquella época al Canal de Castilla. Hecho inexplicable para los que ahora ven que la ropa la lava una máquina sin apenas intervenir la mujer que la maneja.
Empezaré por decir que la distancia de Castil a la esclusa de la “cuarta” que es donde más se iba a lavar, es de dos kilómetros y medio. Sucede que Castil de Vela es el único pueblo de los cuarenta y dos que atraviesa este Canal de Castilla en el que hay dos esclusas, a distancia una de otra, la “tercera y la cuarta” y a poquísima distancia la “quinta” que ya está en el término de Belmonte. Hay algunos pueblos en los que existen dos, tres o cuatro esclusas juntas, para salvar un gran desnivel del terreno, todos ellos en el ramal del norte.
El ritual que se seguía para esta labor era: con la cestaña de ropa a la cadera, las mujeres andaban ese recorrido hasta llegar al lugar del canal destinado para esa labor, que estaba en frente de la casa del esclusero y los almacenes: edificios que ocupaban unos 130 m. de longitud, y que bordeaban todos los lugares del canal usados para las operaciones con que las barcas subían y bajaban, en sus maniobras dentro de la enorme balsa que se formaba con las grandísimas compuertas. Aquello los del canal lo llamaban “vasos” pero de una capacidad de unos 1.200 m3.
Cuando eso sucedía era una operación tan vistosa y entretenida, que las mujeres que se encontraban lavando suspendían su labor para ver como se desarrollaban esos trabajos, en ellos actuaba el esclusero y algún ayudante que tuviera y los de la barca, que solían ser dos: el que manejaba la barca con la pértiga y el mulero que desenganchaba las mulas y las llevaba al siguiente tramo, para volver a enganchar, fuera hacia arriba o hacia abajo. La apertura y cierres de las enormes compuertas se conseguían haciendo girar un huso al que estaba enganchada una enorme cadena que tiraba de la puerta correspondiente y abría, o en sentido contrario cerraba. Con ello se llenaba y subía la barca o se vaciaba y bajaba. Bonita operación toda ella propia para contemplar y admirarla.
Me referiré a la labor de lavar la ropa que las mujeres que iban hacían allí.
En el borde del canal había dos lugares en que, con unas escaleras se bajaban al nivel del agua. En una plataforma se ponían de rodillas con unas tablas estriadas frente a sí, para facilitar la labor de refregar las prendas contra ellas y darlas de jabón o restregarlas con la mano. En el lugar destinado a ese lavadero cabían unas cuatro mujeres, que iban pasando las prendas refregadas con el jabón, frotadas y restregadas hasta que la limpieza de su suciedad se conseguía. En el otro espacio cabían solo otras tres lavanderas. Una vez hecho en todas las prendas, se aclaraban y exprimían. Después en la hierba que había detrás de los edificios se ponían a secar y cada poco se las regaba para que el efecto del sol al secarlas completase la operación del blanqueado, en la ropa blanca. Todas estas labores eran muy entretenidas y sacrificadas. Llevaban bastante tiempo.
Se solía comer allí lo que para tal fin se llevaba. A media tarde se solía recoger y volver a casa con la labor hecha y con la limpieza más absoluta conseguida. Decían las mujeres que la blancura que se conseguía lavando en “la ría” no se conseguía en la artesa en casa, que era la otra forma de hacerlo.
Hay que añadir que la labor de ir a lavar a la “ría” solo se hacía en tiempo alto de mayo a septiembre, quizá algún día de los meses próximos si se presentaba muy buen día.
También decir que en los meses que no se iba allí, se guardaban las prendas usadas para mejor ocasión o simplemente no se cambiaban, como eran las sábanas u otras que fueran menos exigentes. Por eso en los primeros lavados de final del invierno la cantidad de ropa era enorme y había que ayudar a llevarla, en una de esas ocasiones fue cuando sucedió el percance dramático que a continuación contaré.
Yo recuerdo alguna vez, generalmente en época cercana al verano que me tocó ayudar a mi madre a llevar la cestaña de ropa, agarrando cada uno por un lado. Cuando esto ocurría hay que tener en cuenta que regresaba a la escuela después de haber andado 5 kilómetros siendo puntual en la entrada. Confieso que no fueron muchas veces las que tuve que hacerlo. Y por la tarde la misma operación a la inversa, pero disponiendo de más tiempo para ese recorrido.
Cumpliendo con este cometido de ayudar a la mujer que se desplazaba a “la ría” para lavar y que tenía mucha ropa, alguien de la familia la debía ayudar llevándola con el carro. A este respecto contaré la tan dramática situación que en una ocasión se vivió:
*** Le sucedió a mi padre, que llevó a mi madre y otras vecinas que iban con el mismo objetivo. Al llegar al lado del canal, pararon el carro y la mula y se pusieron a bajar la carga. Tenían que recorrer unos metros en los que la mula quedaba sola. En una de las operaciones, ésta empezó a darse para atrás; y, como estaba de espaldas al canal, lo hizo hasta precipitarse en él. La mula enganchada al carro de varas; se fue al canal. Todos los presentes y en particular las mujeres, se dieron en gritar, chillar y llorar, porque la desgracia se intuía. La profundidad en centro era de unos 4 m; lógicamente con menos profundidad en los laterales. Mi padre dice que, pudiendo tomar un poco de calma y separando a las mujeres que la alteraban, consiguió que la mula pusiera pie en ese lateral y, como el carro de madera no se fue al fondo, consiguió se desplazase por esa orilla en la que solo ponía las manos, La fue desplazando poco a poco, hasta llegar a uno de los lavaderos, donde la mula se pudo ya apoyar con las patas y allí tirando del carro, subir hasta arriba, por las escaleras. Decía que fue una operación que les duró unos 45 minutos que, como podéis suponer, fueron dramáticos pero afortunadamente bien resueltos, gracias a la tranquilidad que consiguió imponer. La mula era joven y la mejor que había en nuestra casa, con lo que el drama se hacía mayor.
No sé si habrá quien leyendo todo esto saque algunas conclusiones. Primera ver como se hacían las labores de rudimentarias en aquellos tiempos de mediados del siglo pasado, ahora desconocidas y segundo: espero que nadie dude de la veracidad de este episodio, propio para ser contado en la solana del Rincón de la Iglesia, donde también se contaban hechos fantasiosos y exagerados. Éste además de cierto es que le ocurrió a mi padre Isaías Delgado Gutiérrez.
He comentado este relato con el que he llamado el último barquero Sr. del Olmo y me dice que cuando llegaron las barcas de motor salpicaban agua y mojaban a las que lavaban por ello, les obligó que al aproximarse gritasen, ¡barca! ¡barca! para que se retirasen y evitarlo.

Francisco Delgado Sahagún

LAVANDERAS  en la Ría.
Showing 2 comments
  • anamaria1914@hotmail.es'
    Ana
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    Paco, como me ha gustado este relato,…….me ha encantado, ya que de esto se algo, mi madre contaba mucho de estas historias, pues de pequeña, hacían fuese al rio a lavar ropa, hablaba de la blancura de la ropa como quedaba.
    En casa, de pequeña, veía como lavaba ella su ropa, poniéndola al sol, sus barreños, su azulete,…nada comparado con lo de ahora.
    También esto, lo he vivido en el Valle de Arán, lavar en el rio, poniendo la ropa luego sobre espliego, quedando las sábanas al dormir con un tacto y olor increíble.
    Siempre me ha gustado todo esto, y, ahora, lo he revivido de nuevo…
    Gracias¡¡

  • fradel33@ono.com'
    PACO
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    Muchas gracias Anna, lo que me dices me anima a seguir escribiendo.

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