LABORES DEL CAMPO en el siglo XX, en Tierra de Campos

Me vengo refiriendo a hechos, trabajos y costumbres de los inicios del siglo XX, para que los actuales ciudadanos, sobre todo jóvenes, vean que no hace tanto no se gozaba de tantas comodidades, herramientas y medios técnicos, informáticos o electrónicos en el trabajo. Me voy a referir a un trabajo del verano en el que siendo todos muy duros y constantes, a otros ya les había llegado la maquinaria, como era a la siega de la mies, hecho a mano hasta hacía poco y la limpia de ese producto ya trillado y reducido a paja y cereal mezclado, había que clasificarlo y diferenciarlo la máquina limpiadora lo facilitaba.

EL ACARREO: Era una labor que se hacía durante toda la noche, de las 23 horas a las 8´30 h. de la mañana y consistía en traer a la era, donde durante el día se trillaban los tres viajes de mies traídos de distintas fincas, con las que confeccionar la trilla de cada día. Ese trabajo continuaba como en la Edad Media, o quizá como en tiempo de los romanos.

En Castil la distancia máxima de las fincas, y en nuestro caso, eran de 3´5 km, ello exigía una programación del trabajo para hacerlo posible. Un primer viaje de (la tierra-como entonces se llamaba) más cercana, con una carga reducida y hacerlo rápido, entre las 23 horas y la 1 h. Se decía una “Chalupada”. Otro segundo viaje a distancia intermedia entre uno y dos Km. viaje más cargado que se hacía entre la 1 y 4 h. de la mañana y el tercero a partir de esa hora hasta aproximadamente las 8´30 h. En este viaje que se traía del lugar más lejano debía hacerse la carga la mayor posible, para ello era conveniente hacer un trabajo de habilidad para que la cantidad permitiera esa sobre-carga, aun que ello suponía grandes riesgos, por el gran peso, volumen y altura y la falta de estabilidad y la irregularidad de las fincas-(tierras), los pasos y accesos a los caminos o la linderas entre fincas. Había que ser realmente habilidoso y estratega quien conducía el carro, dado que había que buscar la ruta más conveniente para que ese riesgo no tuviera consecuencias y no hacer más distante el recorrido. Ese carro bien cargado y hábilmente puesto, podía ser una obra de arte y ser admirado por quienes le vieran pasar hasta la llegada a la era.

Una vez en ella, había que confeccionar la trilla que otra persona se encargaría de trillar después del almuerzo, lo que se hacía a continuación. Se le ayudaba a poner en marcha con los animales con que se dispusiera, mulas, caballos, etc. Nunca en mi pueblo se utilizaron vacas, como si se hacía en lugares del Norte de España. La duración del acarreo variaba de unos años a otros, según fuera la cosecha, pero estaba entre unos 20 y 35 días. Los días de descanso únicamente eran tres, 18 de julio, 25 de julio y 15 agosto, obvio es decir que no se celebraban los domingos, aun que sí se iba a misa a las 12, hora inhabitual y suprimirla tampoco encajaba con las normas de la época. El dormirse en ella eso sí lo era.

Tengo que declarar que yo empecé a los 14 años a participar de estas labores, para lo que era imprescindible ser mayor por el trabajo y la delicada labor que había que hacer. En los primeros años como ”ponedor”, denominación que se daba al que colocaba la mies en el carro, debidamente preparado para que su capacidad fuera la máxima posible, y el “carrero” quien le conducía y quien levantaba con una horca de mango muy largo la mies al que arriba lo colocaba. Esta labor era muy comprometida y arriesgada, solo la alcancé cuando ya tenía 17 años y me sustituyo mi hermano en la hecha hasta entonces. Los dos hicimos la pareja necesaria para ese trabajo de acarreo, que ya permanecimos juntos hasta el año 1960. Con 27 y 26 años respectivamente. Después me vine a León destinado con mi nuevo trabajo conseguido por oposición. Yo que en periodo escolar falté muchos años a los trabajos agrícolas, durante el verano casi nunca me libre de ellos ya que coincidían con las vacaciones.

Enumeraré los ¡grandísimos! problemas que este trabajo ocasionaba. Si la noche era de luna llena y no hacía viento, el trabajo se reducía considerablemente, ¡era hasta agradable! Pero si hacía viento, a veces fuerte que empujaba al brazado de mies que se levantaba, esparciendo parte de él, si además era noche sin luna y cubierto que no se veía nada, o si además amenazaba lluvia o esta caía. Todo entorpecía el trabajo. Si esa lluvia empapaba la tierra y las ruedas del carro se atollaban, había incluso que descargan parte de lo cargado para poder salir de allí. Hubo ocasión que era tan negra la noche, que había que esperar que un relámpago te iluminase para saber en qué situación se estaba y a partir de él, poder iniciar el camino que solo podía hacerse en unos minutos y esperar que otro volviera a alumbrarte. No existían los mecanismos de iluminación portátil de ahora, solo la habilidad e intuición personal te servían. Hay que confesar que estos casos de tormenta real eran los menos pero sucedían, las amenazas sí eran muy frecuentes. De ahí que la noche que amenazaba tormenta cabía no exponerse a ese riesgo, pero el amor propio y el ¿qué dirán? se tenía muy en cuenta, ya que si el temido “nublado” como se decía entonces al final no se producía, el “ridículo” y la “mofa” que se hacía de quien por ello no tuviera trilla el día siguiente era cosa que todos queríamos evitar. Los calificativos de ridiculización que se le daba a quien esto le pasara, ningún joven y mostrándose valiente se podía permitir.

Es inevitable informar de ¿cuándo se descansaba? y ¿cuánto y cómo se dormía? Necesario decir, poco y mal. En la mañana, de 10´30 a 13´30 h, mientras la tercer persona hacía la primera parte de la trilla, dormían los dos del acarreo, en la tarde la trilla la hacia el “ponedor” solo dormía el “carrero” unas dos horas. Después de la cena y hasta el inicio de las operaciones de la noche, entre una y hora y media lo intentaban los dos. Y en la noche algunos momentos el “ponedor” si regresaba a la era, en el mismo carro, si por repetir el viaje a la misma finca, y se atrevía a quedarse solo, podía aprovechar más tiempo a dormir en la finca, echado sobre la propia mies, cosa arto difícil, ya que no se disponía de ningún tipo de condicionante que se lo hiciera fácil. En todos los casos había que tener una capacidad o facilidad para dormir que algunos no teníamos en condiciones tan desfavorables e incómodas. Si se hace un balance total del tiempo disponible para ese menester, se observará que no pasa de 6 – 7 horas en el mejor de los casos. Si se restan las de atenciones necesarias, se concluirá que el trabajo ocupaba no menos de 11–12.

Una de las cosas en las que se invertía algún tiempo, eran las comidas, que lo formaban, almuerzo, comida y cena, esta última para el ahorro de tiempo y dejar algo para dormir, además de ser continuación del último trabajo de la tarde, se hacía habitualmente en la era, las otras dos en casa. Estas además de abundantes, eran tomadas con voraz apetito, el mucho trabajo de la noche se compensaba con interminables y fuertes comidas, las grasas no se reprochaban, por el mucho desgaste de energías que se hacía, la musculatura que necesitábamos para el trabajo, admitía todo el alimento posible, la línea corporal siempre estaba en su punto más adecuado. El engordar no preocupaba en aquella época.

Otra cosa digna de mención es que en aquellos tiempos las mujeres no reclamaban igualdad de trato, no protestaban por su discriminación, al contrario muchas fueron las que se sentían satisfechas por ello, conocí a varias que decían: “que bueno es nuestra condición de mujer, que nos evita tanto trabajo y tanta incomodidad y esfuerzo”. Sucedía que al andar por una calle podía percibirse un olor perfumado, lo que delataba que una mujer había pasado por allí, por que solían vestir bien y mostrarse atractivas. Solo unas pocas hacían alguna labor de colaboración en la recogida de legumbres, y eso siempre que pertenecieran a clases más humildes, pero en todo caso, pocas eran las que lo hacían. Se consideraban tan despreciables esas labores, que se cubrían la cara como si de un “burca” se tratara, para que el sol no la quemara y la delatara haber estado haciendo una labor que detestaban. No se presumía de tez morena.

También debo haceros conocer que había cosas que compensaban: la lluvia de estrellas como las Perseidas era un espectáculo que veíamos todos los años en su totalidad, y con diferencias considerables de unas veces y otras, ver eclipses de luna, no resulta novedoso para quienes vivimos aquellos tiempos. Recuerdo haber visto una aurora boreal. Para quien piense como me han dicho que es imposible desde una latitud de 41º 59´-02´´ como esta Castil ¡es imposible! La línea del horizonte es baja y sin obstáculos montañosos y el ángulo de lo que se vio no subía más de unos 5 – 7º, cuando en el lugar en que se produce puede alcanzar decenas de Km, de altura. Esa noche quizá lo hizo en exceso. Como fue sobre las 12 de la noche, se corrió la voz y subieron al castillo una veintena de personas que también lo vieron, esto fue una noche de los años 1950, nunca más se volvió a ver, fue muy comentado en las tertulias del café. Otros espectáculos astronómicos de esas magnitudes también vimos o un cometa como años después vimos el Halley. El planeta Venus y otras constelaciones que conocíamos muy bien nos servían de referencia para saber la hora. O todas las madrugadas ver el amanecer, que había ocasiones que era una delicia observar, creo haber asistido a unos minutos paralizando el trabajo para contemplarlo, ¡era espectacular su belleza!, que cada día era distinta, como lo era ver la salida del sol, al que podíamos ver directamente sin causarnos daño, los días que aparecía totalmente rojo. Alguna ventaja debíamos tener y esa para mí lo era. Una vez un montañés me dijo: Dicen que en Campos se puede mirar al sol de frente cuando sale”. Yo le informé lo había visto infinidad de veces.

Espero ayudar a que se valore adecuadamente ese trabajo y ver las grandes diferencias experimentadas entre lo desconocido del siglo XX que algunos hemos vivido intensamente en sus dos terceras partes y otros pueden agradecer no les haya llegado a ellos esos periodos de agotadores trabajos con grandes dificultades, carencias y falta de medios para desarrollarlos.

Francisco Delgado Sahagún

Showing 3 comments
  • tamapotes@gmail.com'
    M. Ángeles de Benito
    Responder

    Maravilloso relato Paco.Describes con tal acierto las labores agrícolas de verano que ,sin haberlas vivido, se comprenden y se valoran. La descripción de la abilidad precisa para distribuir la carga ,me ha encantado.Si hoy se demandase a un muchacho de 14 años el trabajo de tu época, los padres serían denunciados por explotación infantil. Aún así vosotros erais capaces de valorar y disfrutar de lo que la naturaleza os ofrecía, de gozar con los pequeños descansos o las abundantes pitanzas.
    En conclusión, simplemente maravilloso tu escrito. Enhorabuena y no dejes de deleitarnos con otros. Un abrazo Paco

  • sr.jesusagundez@gmail.com'
    Jesús de Belmonte
    Responder

    Enhorabuena Francisco me ha encantado. Vaya diferencia la del siglo 20, en cuanto a la agricultura. Para mí que no lo he vivido, me ha encantado como lo has descrito, ha sido magnífico. Y muy didáctico. Muchas gracias

  • anamaria1914@hotmail.es'
    Ana Maria
    Responder

    Hola Paco, buen domingo:

    Hermoso relato, transportando a quien lo lee a otros tiempos y otra época…..no sabemos si mejor o peor, pero para mí, si no fuese por los adelantos de la tecnología que hay, muchísimo mejor que ahora…..

    Un abrazo¡¡¡

Leave a Comment