EL RELOJ QUE PERDIO EL SEÑOR MARQUES EN CASTIL DE VELA

    Ocurrió por los años de la década  del 1830, poco antes de que se reiniciasen las obras del Canal de Castilla, en el ramal de Tierra de Campos. Por la llamada “senda de Villada”, que poco despues iba a ser cortada por esas obras, aún se transitaba, principalmente rebaños, feriantes y mercaderes. Discurría paralela a los límites de Castil de Vela con Capillas de Campos y atravesaba los pagos del Teso del Sacristán, Las Culebreras, El Rosalejo, El Rayo, El Deshojado, El Plato y La Lentejera, adentrándose en término de Villarramiel y seguía por Villafrades, Herrín y Boadilla  hasta Villada. Seguía la ruta de quienes citaré en este relato por Cervatos  y Calzada hasta Carrión de los Condes.                              Ocurrió el siguiente suceso:
Pasaba un caballero con aspecto distinguido que venía del norte en dirección a Meneses de Campos. Se encontró con una familia, – padre, esposa e hija -, de jornaleros que se ocupaban en las labores  de recolección del cereal. Eran los primeros días de julio. Les preguntó donde había una fuente, ya que él y su caballo venían sedientos. Los que segaban le informaron que muy  cerca y un poco mas adelante se encontraba junto a la misma senda la “Fuente de la Barriñuela”. Le dieron explicaciones y continuó su camino.
Llegada la hora de comer, el padre se acercó a dicha fuente para llenar el botijo de agua, que además de fresca, repondría la que del botijo habían bebido durante la calurosa mañana.
Su sorpresa fue enorme cuando llegó a la fuente y observó que a unos 5 ó 6 pasos de la fuente había un reloj de oro, con su cadena del mismo metal. Volvió raudo a reunirse con el resto de componentes de la cuadrilla  familiar de segadores. Se sintieron todos muy azarados ya que aquel hallazgo suponía un valor que ellos no podían ni calcular, pero seguro que era superior a lo que ellos ganarían en todo el tiempo de cosecha trabajando muy duro.
Cavilaron cómo pudo perder allí aquella alhaja el caballero, deduciendo que al beber en la fuente debió salir del bolsillo y al montar de nuevo al caballo se le cayó.
Se hicieron mil composiciones, todas con interés de devolverle a su dueño, su honradez  hacía que aquello les quemase en las manos. Pensaron decírselo  a su amo, pero al final optaron por el mas absoluto silencio, guardarlo con muchísimo cuidado y esperar  la oportunidad de consumar dicha devolución. Era muy difícil conseguirlo, dada la escasez de medios para la interrelación.
Sucedió que cuando el padre jornalero, estaba en los trabajos de sementera en el mes de octubre de aquel mismo año, en una finca de su amo en el pago de la Lentejera, vio llegar hasta él  por la misma senda a un grupo de personas cabalgando en mula, burro y  uno de ellos en caballo. Mas que la intuición fue el deseo,  el que le hizo ver al caballero propietario del reloj que tan cuidadosamente guardaba. Se acercó al camino  y cuando llegaron a su altura, después de saludarles con mucho respeto, se dirigió al caballero. Al iniciar la conversación se reconocieron mutuamente. Le pidió hablar a solas con él, por la mucha discreción  que el asunto requería  y cuando  los otros se habían adelantado, el labrador le hizo las preguntas oportunas. Al reconocerle dueño del reloj que tan cuidadosamente guardaba, se lo hizo saber al caballero, el cual saltó del caballo para abrazarle efusivamente. Llamó a quienes le acompañaban y que se habían adelantado y les ordenó continuaran su camino, – eran sus criados -, les dijo que él se iba a Castil con el jornalero a recuperar el reloj que había perdido y que ante su familia había justificado como robado por unos salteadores de caminos,  ya que declarar su pérdida le pareció impropio de su rango y distinción. De lo que sucedió en casa del jornalero, creo innecesario tener que relatar. Se enteraron allí que dicho caballero era el Marqués de Hinojosa, que venía desde Carrión a recoger un rebaño de carneros  al pueblo de Montealegre, de que sus propiedades eran extensas en los pueblos de Villalcazar y Villoldo y que tenía su palacio en Carrión de los Condes.         Queriendo compensar la generosidad y honradez de aquella humilde familia, les ofreció llevar a la hija, (que era muy guapa), a su palacio  para que sirviera como doncella a su esposa, donde tendría mejores perspectivas de futuro y terminado el año “ajustado” con su amo de Castil, le ofrecía  al jornalero darle un puesto de criado a su servicio, mucho más remunerado y de trabajo mas liviano que aquel.
Todo se cumplió y la hija pasados unos años casó con un labrador de aquellos pueblos junto a Carrión, propietario de una pequeña heredad y con fincas  en arriendo del Sr. Marqués, que les trataba con  una consideración especial. Tuvieron hijos que continuaron la tradición familiar siguiendo bajo el amparo y generosidad que con ellos mostró siempre toda la familia del marqués.
Todos fueron con ello muy felices y vivieron muy bien.
Quien me contó esta historia ocurrida en Castil de Vela, era aquel que en uno de mis relatos anteriores señalaba como propicio a la exageración o la inventiva, por lo que yo he aplicado ya la recomendación que allí les señalaba.

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