En el  pueblo de Castil de Vela, como en todos, sucedían infinidad de anécdotas dignas de ser contadas. Como vengo repitiendo, eran estos los argumentos y temas de las conversaciones y los comentarios que se hacían en “La Solana del Rincón de la Iglesia”, lugar que en invierno, tenía una concurrencia muy  grande, hasta el punto de ser insuficientes los asientos colocados previamente, que cubrían los dos laterales que componían el rincón. Había que improvisar más, “asentaderos” con piedras, ladrillos, etc. el objetivo era permanecer allí con un  mínimo de comodidad, escuchando a los que contaban estos hechos anecdóticos. Tengo que señalar aquí, con cierta satisfacción, que mi padre era un habitual relatador de estos sucesos, y que con  admiración le escuchaban los allí reunidos, a veces le pedían repitiese hechos ya contados.
Ahora voy a exponer un hecho, muchas veces comentado en el referido lugar. Pienso que supondrá un pequeño disgusto para los aficionados a degustar el jugo de la vid o seguidores de Baco. Me limito a relatar cual sucedió.
En una familia de este pueblo en la que abundaban las hijas  y con tan solo un hijo, éste tuvo la mala  fortuna de que al inicio de la Guerra Civil del 36,  le pillase haciendo el servicio militar, al finalizar esta, los mas jóvenes como le sucedió a este, se vieron obligados a  una prórroga del periodo de “mili”. Esto y que también le había correspondido estar en los frentes de batalla más peligrosos y con  más bajas, hizo que en la familia se viviera un drama permanente y una incertidumbre por la pervivencia de aquel miembro de la familia.
Sucedió que un día que el padre había bajado a la bodega que tenían debajo de la casa, a “espitar” una cuba y  llenar el primer garrafón de vino que de ella saliera. Ocurrió que a poco de iniciar la operación y ya en el  llenado del recipiente, una de las hijas bajó gritando, “¡¡padre, padre, … que ha venido  Ma-rio !!.  El hijo se presentó sin previo aviso, sin que ellos supieran nada  desde hacía mucho  tiempo.
El padre con la alegría propia del momento, abandonó a toda carrera la labor iniciada, pensando regresar de inmediato, antes de que se llenara la vasija que se llenaba muy lentamente. El alborozo, con risas, lágrimas y alegría que se encontró al llegar y ver a su hijo allí, hizo que se olvidase totalmente de la labor que dejó  pendiente abajo. A la familia se le sumaron vecinos y allegados y en todo el pueblo corrió la noticia de inmediato, para que todos lo supieran. En aquella casa se organizó una fiesta espontánea y sentida que entretuvo a todos.
Cuando al día siguiente regresó a la bodega el padre, observó que una gran laguna de vino la inundaba por que los 50 cántaros de vino de la cuba, se habían derramado por el suelo totalmente, sin poder ser recuperados y con gran dificultad para hacerles desaparecer. El vino que sé hacia en aquella bodega era de los mejores y  más valorados.
Dos hechos que fueron muy comentados en el momento y repetidos frecuentemente en las tertulias de la solana antes citada del Rincón de la Iglesia. El regreso  del hijo del que no se tenían noticias  y el vertido por el suelo de los 800 litros de vino derramados.

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