En el número 35 de La Solana de diciembre de 2008, se publicó el primer relato referido a este “último barquero..”, decía allí que volvería a tratar el tema. Motivos de actualidad y otros me lo han impedido hasta ahora.
Este último barquero fué: Victoriano del Olmo Quintano, al que aquí me vuelvo a referir y que sus datos personales los daba en aquel reportaje. Es por tanto continuación de aquél. Y añado:
Los principales transportes que se hacían eran de trigo, harina para y desde las distintas fábricas de la zona, algunas instaladas en el mismo canal. También se transportaba achicoria de Mojados, gravas del Valle del Cerrato , cementos de Hontoria y de la marca Alfa de Alar del Rey, que envasaban en sacos de yute, carbón de las minas del norte de Palencia, -Barruelo y Guardo-, y todo tipo de productos y materiales. Eran distribuidos desde los almacenes de los que estaban provistas las distintas esclusas.
De las muchas y curiosas anécdotas que me ha contado, estas son algunas:
Un huracán que azotó todo el norte de España y que provocó un gran incendio en Santander, el año 1942, le pilló atracado en la dársena de Palencia, donde lo pasó muy mal, dado que le originó algunos destrozos en la barca.
Trasportó mucha madera para la fábrica de TAFISA de Valladolid.
Otra vez le sorprendió un gran vendaval, entre Fuentes de Nava y Abarca de Campos y como iba en ese momento con la barca sin carga, resultaba difícil de mantener la estabilidad, teniendo por ello que parar al resguardo de un desmonte, hasta que la fuerza del viento cesara, lo que les obligó a él y al mulero a esperar dos días sin ningún otro cobijo o resguardo que les protegiera.
Entre sus experiencias, cuenta que las algas, -allí llamadas ovas-, que se producían en el canal, ocasionaban muchos problemas y había que quitarlas. Labor que se hacia en verano unas veces por empleados de las esclusas y otras contratando obreros. Esas ovas se enganchaban en las cadenas con las que las mulas arrastraban las barcas. Después llegadas las de motor, se enganchaban en las hélices, lo que agravaba más el perjuicio, ya que llegaba a parar la navegación si no se quitaban, lo que había que hacer de inmediato.
En Alar del Rey sobre todo y en los demás pueblos del recorrido del canal, eran muy bien recibidos, barquero y mulero y cuando las paradas coincidían con días festivos o domingos, acudían a los lugares de diversión, bailes y demás fiestas. Recuerda que lo pasaban muy bien, por que eran agasajados por los vecinos de los pueblos. Como prueba de ello, sucedió que en uno de los mas de 40 pueblos por los que pasaba el canal, encontró a la que primero fue su novia y después y hasta ahora su esposa. Merece que señale aquí que este pueblo fue VILLARRAMIEL, donde el día 24 de octubre de 1956 se casó. Hecho que desde La Solana podemos considerar un honor para la juventud femenina de la época en este pueblo.
Ese buen trato personal les hacía más agradable su trabajo itinerante y nómada.
Los demás días, durante la carga y descarga de las barcas, aprovechaban para visitar el pueblo más próximo, distraerse en los lugares de reunión de los vecinos. Así como la provisión de víveres para tener en la barca.
Recuerda que el mulero que más le acompañó fue un hijo de un empleado del canal que vivía cerca de Melgar de Fernamental, Empezó también muy joven y como él se fue haciendo adulto en ese trabajo.
Me hace una referencia detallada sobre las barcas, el número de las que circulaban, -16- , la carga que trasportaban que oscilaba entre las 35 Tm. de unas y las 50 Tm. de otras. Donde se construían y las características de las mismas. La velocidad que desarrollaban las barcas, las arrastradas por mulas, era de unos 3 ó 4 Km. por hora. Variaba de llevar carga o ir de vacío e ir hacia abajo o hacia arriba respecto a la corriente del agua.
Cuando llegaron las de motor osciló un poco esa velocidad, aumentando unos 2 Km. más por hora.
Como es fácil comprender, las caídas al canal dice eran muy frecuentes, unas veces al intentar eliminar las ovas que tantos perjuicios les ocasionaban, otras por enganches de las cadenas del arrastre de las mulas en malezas y arbustos, otras por causas mas normales y comprensibles. Las caídas al canal durante el verano, en que los calores en Tierra de Campos eran sofocantes, casi abrasadores, asegura que a veces se agradecían. También voluntariamente en esas fechas se tiraban al agua. Las caídas en invierno tenían consecuencias menos deseables, por lo que tenían cuidado de no correr esos riesgos.
Espero que con estos relatos, se pueda valorar mejor esa profesión de barquero del Canal, profesión inexistente ahora y podemos alcanzar a cuantificar lo que fue esa gran obra de ingeniería en la economía de la región en los siglos XIX y XX, aunque los finales de este ya había sido relegado de su esplendor anterior.
La nostalgia de los que vivimos aquellos años en los pueblos que atravesaba el Canal, aun permanece y deseamos mantenerla, como aprecio y agradecimiento al mismo y a todos los que lo hicieron posible, como el de este ¡¡último barquero!!.
Francisco Delgado Sahagún