Apuestas y Adaptación
En mis relatos anteriores, me he referido a lo que se contaba en la solana del Rincón de la Iglesia de Castil. Hoy voy a relatar otro hecho, de los que allí sucedían: “las apuestas”.
Era casi diario el cruce de apuestas entre los contertulios, muchas veces por cosas nimias e insignificantes, el objeto era ocupar mucho del tiempo del que se disponía. Entre propuesta, aceptación, aceptar testigos y demás, se ocupaba la mayor parte de la tarde, que era cuando se tomaba el sol en aquel lugar. A la hora de concretar el objeto y contenido en que se basaba la apuesta, todo quedaba en nada, todo había sido un calentón entre algunos de los allí presentes y el azuzamiento de los demás que se divertían con el revuelo que aquello proporcionaba.
Aunque escasas, alguna apuesta se llevó a efecto. Aquí me voy a referir a una muy particular. Varios contertulios “del rincón” desafiaron a Filiberto Martín, que lo aceptó, a que “no era capaz de permanecer TODO EL VERANO, sin despojarse en NINGUN momento de su traje completo de pana”. En aquella época el traje lo completaba el chaleco y la chaqueta, la pana era el paño habitual para esas prendas. El enorme calor del verano en la meseta castellana de Campos hace que se sienta como al borde de la asfixia, muy en particular vistiendo el mencionado traje. Aun así, aceptó el reto y se formalizaron todos los compromisos convenidos. El periodo que duraba la apuesta era desde San Pedro hasta San Miguel y esto sucedía en uno de los últimos años del siglo XIX, aproximadamente en 1887.
Se nombraron a tres personas bien cualificadas que vigilasen y certificasen su cumplimiento. Se estableció la compensación económica que percibiría en caso de cumplirlo, y la misma a restituir a los desafía-apostantes caso de no hacerlo. La cantidad que establecieron como objeto de la apuesta fue de 500 reales, (125 Pts.). Se determinaron los demás extremos de la apuesta y quedó convenido todo. Como sucedía en aquella época, todo se confirmaba de palabra, ni escritos, ni más garantías. Los testigos no oficializados eran unas 20 personas, todas celebrando el acontecimiento que suponía aquello.
Se inició el verano y las miradas estaban puestas, de forma muy especial en aquel vecino de Castil que en ningún momento “se quitaba la chaqueta”. No creo necesario advertir lo que el calor del verano produce en los que trabajan y lo que eran las labores agrícolas de la época: segar, atropar, acarrear, trillar, etc. etc. Pues todo lo hacia el joven Filiberto sin inmutarse y cumpliendo su compromiso.
Quienes conocimos aquellos trabajos y el padecimiento de aquellos asfixiantes calores nos resulta incomprensible, pero cierto que así fue. Así se hizo. Por su perseverancia, valentía y empeño ganó la apuesta.
Llegada la fiesta de San Miguel, fiesta patronal del pueblo y límite final del periodo de la apuesta, se entregó la cantidad convenida que fué bien ganada, con ello celebraron lo que al inicio pareció iba a ser una de las tantas bromas que en el rincón se hicieron
Todos se apresuraron a preguntarle: ¿cómo lo había pasado?, ¿cómo lo pudo aguantar, soportar y sufrir?.
Él aseguró a todos los presentes que, pasados los quince primeros días, que ciertamente le fueron muy sacrificados y de agobio, una vez que se habituó a aquellas condiciones de permanente abrigo no le había sido nada dificultoso; lo había sobrellevado como cualquier otro año anterior. Todos se vieron sorprendidos de estas manifestaciones del protagonista.
Esto nos debe llevar a la conclusión que muchas veces hemos repetido:
“El hombre es un animal de costumbres”, sólo es necesario acostumbrarse a unas condiciones de vida y del medio en el que se desenvuelve para que le resulte lo normal de su comportamiento y sus circunstancias. ______________
Permitidme que señale una experiencia que yo mismo tuve, que confirma lo dicho:
Sin apuesta, pero en conversación con mi hermano, advertimos y comentamos que el problema del agua en los trabajos del campo y lejos del pueblo era un enorme sufrimiento, se calentaba, se agotaba mucho antes del regreso a casa, no había donde reponerla, todos eran problemas.
Un año me dispuse a no beber agua más que a las comidas. El que se llevaba al campo en el botijo, además de servir para todo el día, se conservaba relativamente fresca ya que no se destapaba cada poco para beber constantemente.
Inicié la experiencia por las fechas de San Isidro. Permanecí fiel a mi decisión y llegué hasta San Antolín, final de los trabajos en la era, con una normalidad absoluta.
Yo también pude decir lo que Filiberto: Sólo los primeros días hasta que me acostumbré supusieron sacrificio. Después fueron mucho, muchísimo más convenientes que los que antes había sufrido con una permanente e insufrible sed, sólo aguantable por las condiciones de resistencia y sacrificio de los hombres del campo.
Las actuales condiciones de vida del inicio del siglo XXI descartan cualquier sacrificio y cualquier decisión de adaptación a circunstancias que supongan o exijan resistencia física a inclemencias o adversidades, experiencias en las que fuimos bien probados los de nuestra generación y las anteriores. ____________________________
No puedo evitar contar aquí, otro hecho que corrobora lo señalado en los dos anteriores:
En los años 40 el pastor que cuidaba el atajo de ovejas de la madre de Jesús Herrero, -Luisa de la Rosa-, era mantenido por ella, como en aquella época se hacía con muchos asalariados. Yo le vi cenar muchas veces. Cuando llegaba de recoger y atender al ganado le tenían la cena sobre la mesa. Antes de iniciarla, como si de un ritual o ceremonia se tratara bebía DOS BOTELLAS DE AGUA, una tras otra, que también le tenían preparadas, pues era lo normal de todos los días. Para que se conozca la cantidad, eran botellas de las de anís de la “asturiana” o “el mono”, (de un litro). Una vez bebidas empezaba la cena, en la que ya no bebía nada más, ni nada hasta 24 horas después.
La primera vez que lo observé pregunté por aquella acción tan extraña para mí y tan exagerada. Me informó que iba al campo con las ovejas SIN LLEVAR AGUA, ya que solo la bebía una vez al día y esta era antes de cenar. No volvía a beber hasta el inicio de la cena del día siguiente. Lo mismo que lo dicho antes: se había ¡acostumbrado!, y ya para él era normal. Las condiciones del calor en el verano y en el campo, de pastor todo el día, son bien imaginables.
Cuando en esta época actual oigo las recomendaciones de los galenos con ocasión de olas de calor, que dicen y repiten que “se beba mucha agua, para evitar los peligros de deshidratación”, me acuerdo del Sr. Severo que no encontró, ni esos riesgos, ni esas dificultades. Creo que él se fijó más en la resistencia de los “camellos”. ¿Por qué no imitarles?, ¡y lo hizo sin descomponerse ni deshidratarse!.
Francisco Delgado Sahagún.
Hemos terminado junio y empezamos julio de 2019, con el enorme calor que ahora se le denomina «ola de calor» pero es que además, se dan datos nacionales en los que se advierte de las personas muertas a causa de ese calor sofocante, me parece han dado el número de seis, uno en Valladolid. Yo que he tratado ese tema en mi web, volví a leer lo que señalé sucedía a mediados del siglo pasado, en esa comparación que voy haciendo de la actualidad respecto a los años 40-50 del siglo XX y en algunos anteriores. Además de este relato nº 24, me encontré una sorpresa en el nº 31, -cuatro años después- en la Revista La Solana, donde están expuestos, allí lo aclararé.