Había en Castil de Vela, a finales del siglo XVIII, un sastre muy competente en su oficio, se había dedicado a él, por que su constitución física, le imposibilitaban para los trabajos duros del campo. Era pequeño, flaco y con algunas otras carencias, sumándose a todo ello, su carácter miedoso y asustadizo.
Si bien era competente en su oficio, los encargos que se le hacían en el pueblo eran escasos, por lo que su economía iba mal, teniendo carencias y necesidades. La familia la componía, la esposa y cinco hijos, por lo que las necesidades eran muchas y grandes.
Sucedió que recibió un encargo de un hacendado de Villarramiel, para hacerles capotes, chalecos y otras prendas para él y sus hijos, lo que entusiasmó al sastre, tuvo para ello que desplazarse a Villarramiel, para convenir el encargo.
Un día del mes de noviembre, se decidió a ir a tomar las medidas a todos los que tuviera que vestir, fue muy contento, por la esperanza de que con ello mejoraría su economía, tan escasa y necesitada.
Se fue a Villarramiel un día y después de sus operaciones y mediciones, la familia le invitó a comer con ellos.
El señor Sebastián, – que así se llamaba -, se excedió un poco en comidaa y bebida, ya que hacía tiempo que no probaba la rica comida y bebida que allí le ofrecieron.
Cuando inició el regreso se hacía de noche y su carácter temeroso y asustadizo se puso muy preocupado, a medida que andaba su miedo se acentuaba, no podía acelerar el paso, pues su estómago repleto se lo impedía. Para colmo de males, se inició una tormenta, con relámpagos y truenos, que terminó en intensa lluvia, lo que hizo que el temeroso sastre, anduviera como un autómata y sin poder evitar ni razonar sus miedos y temores, pareciéndole que le perseguían, le llamaban, le sujetaban y no le dejaban andar. Ni sus rezos, ni súplicas temerosas, ni sus lloros le evitaban ese sobresalto que le embargaba.
Cuando ya divisaba las sombras de las primeras casas del pueblo, le sucedió que fue retenido fuertemente por detrás, pensó en fantasmas, almas en pena, salteadores de caminos, que le sujetaban cogido de la capa. Suplicó, rogó y rezó para que le soltaran, a la vez que ofrecía misas en caso de ser almas en pena, dinero de ser salteadores, y haciendo otros ofrecimientos de ser otros los causantes de la retención. Suplicó por todos los medios, le dejasen poder llegar al pueblo, que ya se divisaba cerca. No se atrevió, ni siquiera a dirigir la vista, para ver quien era el causante de aquella retención.
Pasó un rato largo, hasta que el miedo, sus lágrimas, rezos y súplicas hicieran que se quedase traspuesto y después dormido.
Cuando despertó, la luz de la aurora, le hizo que se atreviera a dirigir la vista, para ver a quien le sujetaba, comprobando en ese momento, que era una ENORME ZARZA, que casi atravesaba el camino, que se había enganchado en su capa. Con las tijeras que siempre llevaba consigo, cortó las ramas que le retenían y pudo llegar a su casa, donde su esposa e hijos les esperaban muy preocupados.
No dudamos que aquel suceso dio origen a esta copla que se cantó, como sucedía entonces con todos los hechos de especial relevancia en los pueblos y a los que algunos siempre les encontraba motivo de mofa o chanza.
Una zarza le retuvo / al sastrillo de Castil / que cagadito de miedo / pensó no salir de allí / – Creyendo que era un fantasma / quien así le retenía / el bueno de Sebastián / ya temió que se moría.