En los relatos que voy exponiendo aquí, es una de mis pretensiones ir dando a conocer a los más jóvenes hechos y circunstancias de los tiempos pasados.
Algo que podemos señalar con nostalgia, los que vivimos la niñez en la primera mitad del siglo pasado, es que los abuelos nos montaban a horcajadas en sus piernas para, estando en ellas, contarnos cuentos o hechos de sus vidas pasadas y lo que se ha dado en llamar: “sus batallitas”, refiriéndose con esa expresión a su vida y circunstancias en el periodo de vida militar, lo que vulgarmente se llamaba la “mili”, hecho ya inexistente hoy. Como inexistente es que el abuelo cuente batallitas al nieto, ocupado ahora este, en otros menesteres más técnicos, digitalizados y modernos, en los que se acompañan con la visión del propio relato, juego o cuento. Es por ello una experiencia que yo desconozco y de la que habría disfrutado, dada mi condición de cuenta cuentos,- relatos-, pero la modernidad los ha sustituido por otros artilugios o medios de información infantil.
Los que eran abuelos en la época que me toco vivir la niñez, muchos tenían interminables relatos, referidos a sus experiencias militares en Cuba, Filipinas o Marruecos. Muchos habían pasado por aquellos lugares, en los que sus experiencias no eran nada atractivas, pero el hecho de poder contarlas ya era una proeza que, en muchos casos, había que admirar; sobre todo si su supervivencia se debía a la habilidad que tuvo el abuelo para solventar el riesgo a perecer. El nieto podía apreciar el valor del abuelo en tan difícil circunstancia.
Me van a permitir que yo aquí exponga una de las “batallitas” que mi abuelo me contó y que, ciertamente considero de una enorme importancia, tanto en su referencia personal como para nuestra nación española o, más exactamente, para el Rey que entonces la representaba Alfonso XIII.
En 31 de mayo del año 1906 estaba mi abuelo materno, originario de Moral del la Reina -Valladolid-, y del que he adquirido mi apellido de Sahagún, haciendo el servicio militar en Madrid en un Regimiento de Caballería; en la fecha en que se celebraba la boda del Rey Alfonso XIII con Doña. Victoria Eugenia de Battemberg. Para su séquito, además de los habituales escoltas a pié y a caballo, (entonces no existían los actuales motoristas), se recabó la colaboración de jinetes de ese regimiento, y fue mi abuelo uno de los designados para dicha labor de escoltas. Como todos sabemos, en la calle Mayor de Madrid se produjo el atentado que ocasionó un gran desastre, por el ramo de flores que ocultaba la bomba que arrojo desde una ventana el anarquista Mateo Morral.
El día 2 de junio aparecía en todos los periódicos de la época una amplia y detallada reseña de lo ocurrido, tanto en la parte festiva como en lo del atentado del anarquista. La amplitud de fotos, que acompañaban las crónicas, me ha permitido ver la escena de la explosión y a los caballistas que rodeaban la carroza real.
El desconcierto fue enorme. Las víctimas que se produjeron fueron varias, de ellas cuatro de los caballeros que con él habían acudido a ese acto o protocolo de escoltar la real comitiva. Me contaba que él se libró de aquel desastre por milímetros, pues iba al lado de la carroza real, pero cayeron muertos a sus pies o lo hicieron en pocas horas cuatro de sus propios compañeros, más otros veintiun civiles espectadores del acontecimiento. Muchas veces que he recordado este hecho, relatado por mi abuelo, he pensado, que de haber sido ahora, le hubiera hecho preguntas que me ayudasen a esclarecer el atentado. He de confesar, que entonces, escuchaba el relato lo mismo que si este se tratara de que había andado por la selva filipina, perdido después de la derrota española en aquellas tierras, o la también derrota que se produjo en Cuba, cuando esta se independizó de la metrópoli, ayudada por la flota americana.
Es una imagen, la del atentado en la calle Mayor de Madrid en la boda del Rey de España en 1906, que he visto muchas veces repetidas en fotos y video, y siempre que la contemplo me surge la interrogante de: ¿será alguno de estos mi abuelo?. Siempre me quedará la incógnita y mi deseo de averiguarlo.
Debo aclarar, que este relato no tiene nada de inventado, a pesar de que a alguien a quien antes se lo conté le parecía un poco extraño, y quizá salido de mi fantasía.
Francisco Delgado Sahagún.