En la revista La Solana del pasado diciembre mi paisano Carlos de Castro exponía un relato interesante referido al maestro de Castil de Vela, D. Senador Blanco Valenciaga, que lo fue durante toda la contienda bélica y murió a los cinco meses de terminar ésta. Por eso está recogido en esta web, en el nº 10 de “Colaboradores”. ¡Observadla!
He creído conveniente relatar cómo era la actividad de la escuela en Castil de Vela en el año 1939; año en el que yo había empezado a acudir a ella y año en el que en septiembre moría este maestro D. Senador .
Podrá pensarse que es un relato muy personal. He dudado por ese motivo exponerlo pero, como en todos mis anteriores, es para sacar consecuencias positivas y aleccionadoras. También servirían las de otros niños, pero las desconozco.
D. Senador que, como indica en su texto mi paisano Carlos, fue buen maestro pero, siendo que el número de escolares, unos 40, rebasaban su capacidad de atender adecuadamente a todos, se dedicaba mas a los mayores. Para los que llegábamos como párvulos habría sido más propio encargar a una asistenta exclusiva para nosotros, porque pasamos por allí, al menos yo, sin pena ni… aprender.
Al ser sustituido por otro maestro, cuyo carácter podría calificarse de “bruto”, por lo que no cito su nombre, sólo que era de un pueblo cercano a Palencia que se veía muy bien desde la cuesta del Castillo de Castil. De los recuerdos que mas permanecen en mi memoria de esa etapa, eran las “collejas” que daba, como popularizó una actriz de serie televisiva, pero en aquel caso era más un “fuerte pestorejazo” que nos daba a quienes no dábamos una respuesta correcta, a veces provocando un traspiés en el infantil. Yo recuerdo haberme mareado solo al ponerme en situación para el ejercicio ante él y esperar el castigo.
Su permanencia en el puesto fue afortunadamente corta, no recuerdo si solo de un curso.
A este maestro le sustituyó uno venido de Galicia; D. José Ocampo. Sus antecedentes eran desconocidos, tanto en lo referido al lugar de procedencia, como de familia. Permaneció siempre solo. Fue un maestro normal, aunque también con más dedicación a los de más edad. Como yo aún era infantil me dedicaba poco tiempo. Eso repercutía en que mi progreso educativo fuera muy bajo. Tengo que reconocer que mis cualidades intelectuales, memorísticas y de comprensión eran bajas. Todo ello me apartaba de la dedicación que precisaba. Así terminé el curso con ocho años. Mis padres preocupados por el bajo nivel adquirido, no teniendo opción a clases particulares, que en el pueblo no había, optaron por llevarme con unos tíos sin familia a Gatón de Campos, que me hubieran querido adoptado, por lo que me recibieron con mucho cariño. Se decía que su maestro (D. Fernando) era excelente y tenerme allí un curso. Hablaron con el maestro y me inscribieron. Yo seguía estando por debajo del nivel de mis condiscípulos; algo avancé, pero poco. Como se había acordado que sería un curso con los tíos y maestro, el siguiente curso me llevaron a Moral de la Reina, con mis abuelos, con otro maestro de probada eficacia educadora D. Delfín. Pero partía con tal retraso que hacía imposible ponerme a nivel de los de mi edad. En Moral nos apareció un alumno jesuita cursando los últimos años de su carrera que se brindó a darme lecciones ¡gratis! para adelantarme en el retraso. Sí que me las dio, pero fue más para inculcarme la vocación de seguirle en su seminario Jesuítico de Carrión de los Condes. Así se lo brindó a mi padre que lo aceptó, teniéndome a mí ya convencido. Así continué acumulando despropósitos, fracasos y errores. Los aprobados los desconocía, con la vocación que me había inculcado no se conseguían los efectos deseados.
Al formalizar el ingreso, los jesuitas que no dejan pasar una, le exigieron a mi padre como cuota de pago el doble que a los demás alumnos por mi retraso. Con ello el colegio quedó satisfecho, aunque no pusieron nada de empeño por elevarme en conocimientos. Siendo sincero, yo reconozco que tampoco se lo ponía fácil. Las clases de latín, griego y matemáticas, me sonaban a chino. Mi tabla de sumar y multiplicar seguían siendo los dedos. Así acabó mi curso de 1945, con un SUSPENSO GENERAL. Final de mi educación escolar.
El curso siguiente, con mi vocación religiosa, único objetivo conseguido, el cura del pueblo, el recordado D. Miguel, viendo que eso no se debía perder, recomendó a mi familia que me ingresasen en el Seminario Diocesano de Palencia. Así que me llevaron, siendo para mí una satisfacción continuar con mi vocación, pero eso no era suficiente. A poco de llegar me encontré, sin sorpresa, que había otros recién llegados a mi mismo nivel educativo; pero aquí lo solucionó el profesor de otra manera, siendo que también la clase agrupaba muchos alumnos y no estaba dispuesto a perder el tiempo con los “torpes”. Decidió, creo que por su cuenta, formar un “corralito” al fondo de la clase, al que le puso el nombre de la “Ínsula Barataria”, que su nombre real aceptado por todos, era de: “el rincón de los torpes”. Yo al menos me consideré ya reconocido así, Y como allí gozábamos de plena libertad, para hablar, no atender, hacer otras cosas, etcétera, sólo prohibido hacer ruidos, pues era más aceptable la situación.
Veinte años después, a mi llegada a León en el 1961, la vida me dio la oportunidad de volver a ver a aquel profesor que instituyó el “Rincón de los Torpes”. Era capellán en el Ejército (Álvaro Caballero) al que pude mostrarle que mi situación era totalmente distinta a la conocida por él. Su comportamiento merecía mi reproche, pero la educación me lo impidió. Le saludé sin hacerle ningún comentario al respecto. Hacía pocos meses había ganado yo una oposición con holgura que me trajo a este destino, preferido por mí.
A pesar de todo, conseguí aprobar aquel curso, poniendo mucho esfuerzo y viendo que ya comprendía mejor las explicaciones que me daban. Así pasé al segundo curso, que lo hacíamos en el Seminario de Lebanza al norte de Palencia, lugar en la montaña, aislado de la civilización y, en invierno durante varios meses incomunicados por la nieve. Y los lobos merodeando por el lugar, oyendo todas las noches de invierno el aullido de ellos. Por eso poco aceptable para un muchacho de 13 años. Sin ver a nadie de la familia durante más de ocho meses y totalmente enclaustrado. Situación durísima. Sólo comunicaba con mis padres por carta mensual, controlada y previa censura. Ahí terminó mi escolarización. No quise volver. Me quedé al iniciar el siguiente curso con mi familia y en el trabajo del campo; ocupación a la que me adapté enseguida y me gustó. Con mucho empeño de hacer las cosas bien, que conseguí y que satisfacía a mi padre y a toda la familia. Noté un cambio de aceptación que cambiaba toda mi percepción a una convivencia feliz, lo que me hizo olvidar los malos momentos pasados.
Aquí terminaba un periodo importante y frustrante de mi vida. Se dice que de todo se pueden sacar consecuencias positivas. Las saqué y me aproveché de ellas.
En la segunda parte, que va a ir a continuación y que os invito a leer, veréis lo que quiero os sirva a quien la lea, a esa positividad que nos ofrece la vida, “HAY QUE AGARRARSE A ELLA”.

Francisco Delgado Sahagún

foto-cuaderno-1943
enciclopedia
catecismo
Showing 5 comments
  • j.delpozo@dayvo.com'
    Francisco Delgado Sahagún
    Responder

    Miguel Angel Revilla, Presidente de Cantabria, manifestaba en una entrevista en un programa televisivo, que él había sufrido en su periodo escolar “bullying” de quienes le menospreciaban. Eso le hizo creer que era incapaz de alcanzar los niveles educativos de quienes se lo hacían. Y le mantuvo en ese periodo escolar, solo 10 años diferentes al mío, que no sería capaz de alcanzarlo, lo que le hizo asumirlo como normal y permaneció con un comportamiento muy reservado e introvertido. Yo lo tuve de alumnos y en una parte también de profesores. Al oírselo me sentí reflejado en esa actitud de aceptación. De su posterior superación todos lo conocemos. En una segunda parte de este relato, se puede ver, que yo también pude superarme con mucho trabajo, sacrificio y constancia. Os invito a que lo veáis. Al observarlo desde la perspectiva de mi edad, -85 años- me llena de satisfacción.

  • tamapotes@gmail.es'
    Me.Abgekes de Benito del Olmo
    Responder

    A veces para reconocer nuestros traumas o vivencias negativas necesitamos conocer que otros también las han sufrido. Que no somos esos «bichos raros»que durante años hemos creído

    • anamaria1914@hotmail.es'
      Ana María
      Responder

      …LA RESPUESTA DE ABAJO DE HOY, ES PARA TÍ….ME HE IDO DE LUGAR…

  • anamaria1914@hotmail.es'
    Ana María
    Responder

    …Paco, que mucho hemos hablado, pero….también mucho hemos dejado de hablar……no cambio mi infancia por ninguna, .ya que no entiendo que después de caer con una botella de cristal, habiéndose roto……..encima diesen malos tratos por haberse caído, importando más la botella que el daño que se hubiese podido hacer………también me llena de satisfacción haber llegado donde llegué siendo mujer y, en la época que estábamos…….siempre se me ha tenido por un bicho raro y ,,jajaja aceptando que siempre lo he sido, lo acepto con mucho orgullo……volviendo a hacer todo lo que hice….no me avergüenzo de nada…..

    • anamaria1914@hotmail.es'
      Ana María
      Responder

      ,,,Bdías y buen sábado¡¡

      …Como lo sabes…..palabras más que certeras en este comentario¡¡

      …Saludos¡¡

Leave a Comment