Se ha aceptado desde la antigüedad, que la sabiduría popular se pasaba a las generaciones futuras, por trasmisión oral o por medio de los adagios, proverbios, o refranes castellanos. Sus sentencias debían ser tenidas en cuenta, porque la experiencia había demostrado que se cumplían inexorablemente. Las había para todas las circunstancias de la vida y las había para prevenir contratiempos y sucesos no deseables, otras eran para calibrar anticipándose el valor y confianza que se podía dar a las personas, para evitar decepciones con ellas, en este rango está la que ahora describo.
Creo que todos hemos experimentado y advertido con decepción de personas en que lo que dicen y aseguran de sí mismas, o de lo que en su discurso prometen u ofrecen a lo que después hacen y como se comportan, es en un sentido diametralmente opuesto. Yo, en los últimos tiempos he estado mas vigilante de este engaño que en los tiempos pasados, he tropezado con individuos que hacían unas loas exageradas de sus condiciones de humildad, de no existir en ellos egoísmo, que decían repeler las alabanzas exageradas que sus íntimos les ofrecían, o quienes parecían desechar la llegada de dinero si este no le venía por el conducto legal y lógico y nunca en cantidad exagerada. He visto quien dice no apetecer elogios y premios si no son bien merecidos. Todo eso quedaba demostrado no era así, sino todo lo contrario. Apetecían y buscaban, elogios, alabanzas y dinero, presunción de los bienes de los que disponían y mas hechos que contradecían sus anteriores cualidades con las que se presentaban.
Conocí a quien consideraba su principal condición la de ser generoso y caritativo con todo el que viera con necesidades, sabiendo después que se aprovechaba de unos acogidos en centro benéfico.
Esto me ha llevado a analizar de manera muy especial, sobre cuántos en el sector privado y en el de los políticos entran en esa condición que describo. Parece que en el momento actual su cantidad es muy superior a la de cualquier otra época y en todas las actividades humanas. Ya que en todas sucede. ¡¡Presumen de algo que en su comportamiento personal demuestran todo lo contrario!!
He conocido a quien se posiciona de humilde, generoso y transigente, con condición de no hacer daño a nadie y lo manifestaba para que no hubiera dudas de ello, y en la primera ocasión en que por un involuntario error unas palabras suyas ofendieron, primero no fue capaz de reconocerlo y segundo no se consiguió que pidiera disculpas por su involuntaria expresión que produjo la ofensa. No fuimos capaces de hacérselo reconocer, pues creía que él, amparado en esa creencia de que era inofensivo a ocasionar daño a nadie, aun que lo hiciera como cualquier ser humano, se resistió a admitirlo. Solo precisaba de que su expresión fuera: “ni lo he percibido, ni fue mi intención, pero discúlpame”, suficiente para borrar las palabras de la ofensa. Pues ¡no! presume de humildad y condescendencia, pero es la cualidad de la que ¡carece! Es como algunos seres humanos describen y presumen de su personal característica.
Siendo así, he grabado de manera indeleble en mi manera de pensar, que me cuide bien de todo aquel que manifieste con insistencia sus cualidades generosas y humildes, favorables para los demás. No me lo creo sino tengo pruebas evidentes que ese es su carácter y condición, de lo contrario es solo de “lo que presume, sin mostrar aquello de lo que carece”. ¡Cuidado de quien así actúa! “No te engañes con él”.

Francisco Delgado Sahagún

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