He descrito los diferentes trabajos en el trascurso del año agrícola, con “la sementera”, relato anterior, se terminaba el ciclo específico de labores agrícolas en el campo, Pasábamos a la invernada en la que la actividad descendía sustancialmente, pero había aun una labor o trabajo más esporádico que seguíamos haciendo, hacer lo que podemos llamar “abono artificial”, con la aportación de los estiércoles producidos por las caballerías, cerdos, ovejas, conejos y gallinas y algún animal más y la paja sobrante de la recolección.
Los excrementos de todos esos animales se sacaban periódicamente al corral, con la paja que se les echaba para mullir el piso, labor que se hacía durante todo el año, pero sin más atención. Mezclado todo eso con la paja que también se esparcía por el corral y que se amontonaba cuando llovía y estaba en condiciones para ser apilado, hecho que se aprovechaba esa momentánea inactividad por causa de la lluvia, en que impedía labores en el campo.
Creo haber aclarado que con la paja, subproducto de la recolección, se llenaban los pajares como reserva para el alimento de los animales, para el enroje de la calefacción que allí era de túneles bajo el suelo de la casa y para la lumbre del hogar y otros usos determinados, el resto quedaba en un gran montón en la era, al que se acudía para esa trasformación en abono y el previo de echar para encamado de cuadras, apriscos, pocilgas, gallineros, etc.
Llegado el invierno, había que intentar convertir en abono todo ese montón de paja, que podía ser aun abundante, entonces la operación era otra, se echaba abundante paja en el corral, de esa peor calificada, se sacaba el estiércol de cuadras, apriscos etc. que servían de base para confeccionar el abono. Se ponía una cuba vacía de las del vino en el carro y se iba a la laguna del pueblo a llenarla de agua, a calderos, uno abajo llenando y dándole al que arriba echaba en la citada cuba, se iba y en el corral se vertía en distintos puntos. Labor que se repetía unas 6 – 8 o más veces, la cuba era de una capacidad de unos 12 cántaros para el vino, (unos 200 lit.) una vez suficientemente regado, se soltaba a dos o tres caballerías, que se hacían correr sobre la masa de paja, estiércol y agua, para que conformase una mezcla idónea. Para esa labor, lógicamente se buscaba un día que hiciera medianamente bueno, ya que de no ser así moríamos de frio, teniendo que romper los hielos del agua. Completada esa labor, unos días después ya se apilaban en el montón que sería el “muladar” en el corral, que en otra ocasión se trasportaría fuera del pueblo, a distancia de no menos de un km. desde donde no llegase el mal olor que expedía tal almacenamiento. En ese lugar se hacía otro mucho mayor con los aportes que periódicamente se iban haciendo y para completar lo que en septiembre se llevaría a la finca elegida para ser abonada para sembrar cebada, que cada año era una distinta. Al final de la acumulación del abono se hacia un cubrimiento con tierra, que con las lluvias posteriores se hacía una capa que evitaba produjera tantos malos olores, además de que ayudaba a la fermentación y evitaba se secara demasiado. Si durante el año, la sequía no permitía levantar el estiércol depositado en el corral con varias aportaciones de sacada de cuadras y apriscos, había que buscar un momento para hacer esa misma aportación de agua, que era labor propia de invierno, no era posible retener demasiado tiempo el corral lleno de estiércol, elevaba demasiado el nivel del mismo. Con ello ya se podía levantar y echar paja nuevamente, para seguir repitiendo la operación. . Lo relatado era lo que yo llamo “artificial” ya que no era el natural hecho de excrementos de los animales. Una operación previa a llevarlo a la finca, era dar vuelta a todo esa acumulación de abono. La cantidad existente era de unos 2500 m3. que apilado durante varios meses, había reducido en volumen a costa de lo prensado que estaba, había que desmenuzarlo, para poder cargar y en la finca esparcir bien, trabajo costoso y pesado y entorpecedor de lo que se iba realizando. Los remolques esparcidores llevados por los tractores, han evitado esa costosa y mal oliente operación.
Castil, como pueblo cercano al de Villarramiel, y nosotros con varias fincas en las proximidades del límite entre ambos pueblos, teníamos otra opción para fertilizar nuestras fincas.
Las varias fábricas de curtidos de Villarramiel, ofrecían a quien lo deseara, con solo aportándoles la paja con qué envolverlo, un abono hecho con el subproducto de la fabricación de curtidos, que les era muy difícil eliminar de otra forma, era de un olor ¡insoportable!, tanto que el mismo pueblo olía todo él a ese brebaje de la operación de los curtidos, alguna vez que se lo preguntamos a dueños de esas fábricas que nos lo brindaban, ¿cómo ellos soportaban estoicamente ese mal olor permante?, decían: “sentirse satisfechos por qué ese era olor a riqueza” y era cierto, que donde había fábrica, había mal olor, pero también “muchos duros”. En las fincas donde iba ese engrudo de abono, la producción era especialmente ¡abundante! Pero había que para ello soportar ese olor irrespirable. Para quien no sepa calibrar a que mal olor me refiero, supongo conozca el olor que producen las granjas de cerdos, existentes hoy día, “pues era infinitamente peor olor”. Lo curioso de ello es que con las perspectivas de hoy, ese abono era ecológico, y el que nos concedían a bajo precio, Organismos del Estado en un reparto de los abonos químicos, se despreciaba y a veces se revendían, ganando en la operación. Había quien lo compraba reconociendo su eficacia.
Hoy día, pienso que no se soportaría ese abono hecho con los deshechos de los curtidos y pronto se calificaría de peligro de contaminación olfativa y para la salud, nada recomendable, algún especialista le catalogaría de provocar el cáncer u otra enfermedad contagiosa. Nosotros que lo sufrimos, padecimos y aguantamos vemos que no nos ha producido ese efecto de enfermedades ni contagios, afortunadamente, porque en aquel tiempo no se reparaba en las consecuencias posibles para evitarlas, se hacía de todo sin reparar ni protestar por ello. ¡¡Se aceptaba todo!! Creo queda reflejado, para que los actuales ciudadanos sepan, “como se trabajaba y lo poco que se reparaba en las posibles consecuencias y que no se rechazaba nada de lo que molestase hacer”. Véase con ello, las diferencias con la actualidad de este siglo XXI en el que estamos.

Francisco Delgado Sahagún

Comments
  • jlrodriguez@ava.es'
    José Luis Rodríguez
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    Hola Paco. Me encanta leer relatos de este tipo contados por gente que los vivió. Me trae recuerdos de mi infancia. Gracias por acercarlos de nuevo a la memoria. Son trabajos que se han estado realizando en Tierra de Campos desde siglos, prácticamente sin cambio alguno. Hasta la llegada de la mecanización (y a la par despoblación).
    Enhorabuena

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