poema-recibido-desde-argentina

Castil de Vela no es solamente ese pueblo castellano

al que durante tanto tiempo perseguí, inútil y afanosamente,

en la diminuta vastedad de mapas y de páginas

amarillentos y crujientes de olvidos y de décadas.

Castil es ante todo –y para mi- un susurro de historias

soñadas y escuchadas en las tardes de mi infancia,

un susurro que siempre sonó extraño y distante

a la fonética de mi español de cada día,

un susurro medio ahogado de tristezas

entre las viejas y lentas voces familiares

y los vientos fríos y tenaces de las pampas.

Castil de Vela fue la cuna de mi abuelo,

pero también el fantasma que erraba mudo

por el patio y los cuartos de mi casa.

Para el niño que he sido

-y que de algún modo sigo siendo-

Castil de Vela era ese gastado disco de pasta

con sones de tambores y dulzainas

puesto a sonar como un himno en fechas solemnes

de las que nunca me fue dado conocer su por qué.

También es la imagen de una familia joven

derramando lágrimas y sueños

sobre la cubierta de un vapor llamado Thames

que va dejando para siempre el puerto de Coruña.

Y es el origen de mi lengua y de mis rasgos

(mi abuela me decía que yo era igual a un tal Mañueco)

y la causa de mi amor por los atlas geográficos

y por las palomas, siempre iguales a aquellas

que mi abuelo alimentaba en las mañanas y las tardes

con el silencio y la introspección propias

de una acaso memoriosa comunión

con lo pasado y lo lejano hecho presente cada día.

Castil de Vela es también para mi el rojo de la capa

del severo romano cabalgando conquistas

en la desolada inmensidad de la Tierra de Campos,

y es el misterioso vacceo celtíbero

y es la barba y la espada enorme y temida

del bravo visigodo que legará a Castilla

su nobleza, su voluntad y su fe.

Jamás he pisado esa tierra sin árboles

aunque fresca y bellamente sombreada por las

 incontables hojas y ramas de su historia.

Jamás he pisado esa tierra

y dudo de que vaya a hacerlo alguna vez.

Y, sin embargo, allá en lo profundo,

en lo más arcano de mi carne y de mi sangre,

algo de mi bebió gotas de sus aguas

y masticó el pan de sus trigales antiguos

y laboró en sus mañanas heladas

y contó las estrellas de su bóveda estival.

Si algún hombre o mujer del Castil

 llegara a leer algún día

las palabras de estos sencillos versos,

que sepa, que sienta, que intuya en ellas

la dulce y serena emoción

de este extraño que soy y que no regresará.

 Me pertenece, la heredé de un niño llamado José

 que en su corazón jamás partió de su terruño.                

Gustavo Guillermo Adolfo León. Argentina  

Showing 2 comments
  • anamaria1914@hotmail.es'
    ANA
    Responder

    PACO BUENOS DIAS Y BUEN MIERCOLES¡¡¡

    …Más que emocionante …..estar fuera de la tierra de uno, tiene wue ser terrible, ni me lo imagino para mí¡¡……..ya no de Cataluña solamente, si no de España¡¡…….se me hace un nudo en la garganta…..
    …No quiero ni pensar como deben sentirse estas personas…….

    Un abrazo¡¡¡

  • tamapotes@gmail.com'
    M. Angeles de Benito del Olmo
    Responder

    Hoy en la que las distancias son ,casi siempre inexistentes, si se dispone de la cuantía para pagar un pasaje.Resulta emocionante y doloroso leer la desgarradora añoranza que la realidad de entonces imponía a quienes tuvieron que emigrar, para nunca volver.

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