En mis anteriores relatos, he demostrado algunas de las características de la vida en los pueblos de esta zona de Campos, en la primera mitad del siglo XX , en la que algo conocí y en el final del anterior por lo que me contaron.
Hoy me voy a referir a la participación que tenían los niños en determinadas actividades. Relataré un suceso en el que se vieron implicados dos niños de Castil de Vela.
Los niños a partir de los 13 – 14 años en aquellas épocas ya contribuían al que hacer familiar.
La actividad a la que me voy a referir era la de acudir a los mercados de los sábados en Villalón, supongo que más a vender que a comprar. Los padres les mandaban con pequeñas cosas, generalmente productos del campo o animales domésticos: huevos, garbanzos, lentejas, conejos, pollos, etc, etc. Les daban las consignas para que las ventas las hicieran bien y les aconsejaban para guardar bien las cuatro perras que conseguían por todo aquello.
Yo mismo conocí la dura prueba de vender queso en Villalón, aun que lo hice con solo pocos años más que los referidos antes, la inexperiencia mía y la “granujería” de los compradores, generalmente asentadores – mayoristas lo hacían muy difícil y comprometido, aun así siempre salí bien del trance, siguiendo las instrucciones que me daba mi padre.
Tambien me acompañó, alguna vez, una jovencita que iba a vender el queso, con el que la enviaban sus padres.
Relataré un hecho que oí contar a la esposa del panadero Laurentino, la Sra. Cruz, le sucedió a su madre cuando esta tenía esa edad de 13 ó 14 años. Hacia la mitad del siglo XIX .
Acompañada por otro vecino de su misma edad, tenían que ir un sábado a Villalón. Debían madrugar, para hacer el camino con tiempo para llegar al mercado con oportunidad. Con el burro con las carguillas donde llevarían los productos para vender. El camino le hacían andando a turnos, a veces andaban los dos para aliviar al burro de la caminata y la carga y ellos para entrar en calor. Ida y vuelta a Villalón suponía desde Castil unos 30 Kms.
Sucedía que en la noche no se tenía referencia horaria y se guiaban las familias de los muchachos por las campanadas de un reloj de pared de la casa próxima del Sr. Cesareo, único que en aquellas fechas le tenía. Queriendo salir a las 5 de la madrugada, – parece que una falta de audición dde todo el campaneo y desorientados, – contaron las 5 últimas campadas dee las 12. Se les hizo levantar a los muchachos, les prepararon el atillo y les echaron al camino.
Contaba que, caminaban sin que apareciese la aurora que precede al día y que les hubiera alumbrado el camino.
Caminaron tanto que al llegar al pueblo de Gatón, por el que tenían que pasar, decidieron resguardarse y esperar a que viniera el día.
Observaron que la puerta de los soportales de la iglesia estaba abierta, entraron en ellos y se acercaron a la puerta del templo, al aproximarse oyeron ruidos y toques de campanilla, creyeron que estarían para llevar el viático a algún enfermo. Contaba que cuando llegaron a la misma puerta de la iglesia se les cruzó un grupo de personas a caballo, que casi les atropellan, sino se cuidan de resguardarse y esconderse. Eran unos ladrones que salían de robar aquel templo.
Partieron a todo correr con los caballos, “grandes como leones”- decía, – su ingenuidad no la dejaba comprender quee era mala comparación, pues si así fueran serían caballos enanos. Era tal el susto y miedo que pasaron que ni justa comparación podía hacer.
Cuando mi tía Cruz contaba lo referido por su madre, para ser más fiel en la narración, ecía el gran susto que los dos muchachos pasaron, con las mismas palabras que su madre utilizaba para relatarlo, bajando la voz y con una especial entonación, decía: “yo hasta me cagué”. No quiero ser menos puntual en el relato y lo cuento como lo oí. Pido disculpas a quien le parezca impropia tanta exactitud en la narración.
El miedo que dijeron habían pasado, les hizo tener en el mas riguroso secreto aquello, cuando por los pueblos del contorno se divulgó la noticia de: «HAN ROBADO LA IGLESIA DE GATON DE CAMPOS». Tuvieron que pasar muchos años para atreverse a relatarlo ellos y siglo y medio para que yo lo cuente ahora aquí.